Raúl y
Miriam empezaron una relación hace cuatro meses. Sin embargo, Raúl empezó a
notar que, desde el segundo mes, Miriam empezó a pedirle que le comprara
algunas cosas y que pagara los recibos de su tarjeta y celular. Raúl, al principio,
no lo vio mal, pues contaba con un buen trabajo para cubrir con esos gastos.
A medida que
fueron pasando los meses, Miriam se volvía más exigente con lo que le pedía a
Raúl. Poco antes de celebrar su cuarto mes, Raúl llevó a Miriam en su auto para
Miraflores, pues quería caminar con ella por Larcomar. Raúl llegó a casa de
Miriam, ella se subió al auto y dijo:
—¡Amor! ¿Hoy
qué vamos a hacer? —preguntó Miriam mientras se acomodaba en el asiento del
auto, sacando su celular sin mirarlo a los ojos.
—Podemos dar
una vuelta por Miraflores, ¿te parece? —propuso él, sonriendo, aunque con
cierta inseguridad.
—Mmm… —ella
alzó la vista del teléfono—. Mejor vamos a cenar sushi, ¿sí? Tengo un antojo
terrible.
Él apretó el
volante. Habían salido a comer sushi hace dos días y habían ido a un
restaurante caro, sin contar que, prácticamente, casi interdiario, salían a
comer a diferentes restaurantes caros.
—Miriam, ¿no
te parece que últimamente salimos mucho a comer afuera?
Ella ladeó
la cabeza y le soltó una sonrisa casi ensayada.
—Ay, amor,
¿y qué tiene? Si a ti no te falta el dinero. Además, ¿no te gusta verme feliz?
El silencio
llenó el auto. Él suspiró, sintiendo un peso en el pecho.
—Claro que
me gusta verte feliz, pero… te diré algo y no lo tomes a mal, ¿sí? Siento que
lo que más quieres de mí son cosas materiales.
Miriam
parpadeó, como si hubiera escuchado una ofensa.
—¿Estás
diciendo que soy interesada?
—No, no digo
eso. Solo… —tragó saliva—. Me incomoda que me pidas tanto. Me manda señales
todo el tiempo: reels de collares, mensajes de que se te acabó el crédito de la
tarjeta, indirectas sobre viajes, capturas de pantalla que venció tu recibo del
celular… Me hace sentir como si estuviera en deuda.
Ella cruzó los
brazos.
—Mira, si
quieres ser tacaño, dilo de frente.
Esa palabra
le dolió como una patada en el estómago. La miró serio.
—No soy
tacaño. Siempre me ha gustado regalar o darte cosas, pero me gusta hacerlo
cuando me nace, no cuando me lo exigen. Antes, con otras parejas, me motivaba
sorprenderlas porque no me pedían nada. Contigo es al revés: pides tanto que
hasta me quita las ganas de regalarte algo.
Miriam bajó
la mirada, incómoda. El celular vibró en sus manos y lo desbloqueó, como si
buscara escapar en la pantalla.
—Entonces…
¿qué quieres que haga? —preguntó ella con voz baja.
Raúl respiró
hondo y habló con calma.
—Solo quiero
que me quieras por lo que soy, no por lo que puedo pagar o por lo que pueda
darte. Si estás conmigo que sea por mí, de esa manera, yo mismo voy a tener ganas
de darte todo lo que pueda, pero si lo conviertes en una lista de pedidos, lo
único que lograrás es que me aleje.
Un silencio
pesado quedó entre ellos. Afuera, las luces de los postes parpadeaban en la
distancia.
Miriam lo
miró por un instante, sin palabras. Raúl volvió la vista al frente, encendió el
auto y pensó que, tal vez, había llegado la hora de averiguar cuánto valía
realmente ese amor.
Los días
siguientes fueron una prueba silenciosa. Raúl dejó de responder a las
indirectas y se mantuvo firme en lo que había expresado. Miriam, por primera
vez, parecía dudar entre insistir o cambiar.
Raúl
entendió algo importante: el verdadero valor de una relación no se mide en
sushi, regalos o cuentas pagadas, sino en la capacidad de compartir sin
condiciones, de dar sin esperar, de recibir sin exigir.
El dinero
puede comprar cenas, anillos, pagar tarjetas y viajes; pero nunca podrá comprar
respeto ni amor sincero. Y en el fondo, eso era lo que más deseaba Raúl: un
cariño que no tuviera precio.
Cuento: El precio del cariño
Escrito por David Misari Torpoco
Setiembre 2025
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