33 ׀ El precio del cariño

 


Raúl y Miriam empezaron una relación hace cuatro meses. Sin embargo, Raúl empezó a notar que, desde el segundo mes, Miriam empezó a pedirle que le comprara algunas cosas y que pagara los recibos de su tarjeta y celular. Raúl, al principio, no lo vio mal, pues contaba con un buen trabajo para cubrir con esos gastos.

A medida que fueron pasando los meses, Miriam se volvía más exigente con lo que le pedía a Raúl. Poco antes de celebrar su cuarto mes, Raúl llevó a Miriam en su auto para Miraflores, pues quería caminar con ella por Larcomar. Raúl llegó a casa de Miriam, ella se subió al auto y dijo:

—¡Amor! ¿Hoy qué vamos a hacer? —preguntó Miriam mientras se acomodaba en el asiento del auto, sacando su celular sin mirarlo a los ojos.

—Podemos dar una vuelta por Miraflores, ¿te parece? —propuso él, sonriendo, aunque con cierta inseguridad.

—Mmm… —ella alzó la vista del teléfono—. Mejor vamos a cenar sushi, ¿sí? Tengo un antojo terrible.

Él apretó el volante. Habían salido a comer sushi hace dos días y habían ido a un restaurante caro, sin contar que, prácticamente, casi interdiario, salían a comer a diferentes restaurantes caros.

—Miriam, ¿no te parece que últimamente salimos mucho a comer afuera?

Ella ladeó la cabeza y le soltó una sonrisa casi ensayada.

—Ay, amor, ¿y qué tiene? Si a ti no te falta el dinero. Además, ¿no te gusta verme feliz?

El silencio llenó el auto. Él suspiró, sintiendo un peso en el pecho.

—Claro que me gusta verte feliz, pero… te diré algo y no lo tomes a mal, ¿sí? Siento que lo que más quieres de mí son cosas materiales.

Miriam parpadeó, como si hubiera escuchado una ofensa.

—¿Estás diciendo que soy interesada?

—No, no digo eso. Solo… —tragó saliva—. Me incomoda que me pidas tanto. Me manda señales todo el tiempo: reels de collares, mensajes de que se te acabó el crédito de la tarjeta, indirectas sobre viajes, capturas de pantalla que venció tu recibo del celular… Me hace sentir como si estuviera en deuda.

Ella cruzó los brazos.

—Mira, si quieres ser tacaño, dilo de frente.

Esa palabra le dolió como una patada en el estómago. La miró serio.

—No soy tacaño. Siempre me ha gustado regalar o darte cosas, pero me gusta hacerlo cuando me nace, no cuando me lo exigen. Antes, con otras parejas, me motivaba sorprenderlas porque no me pedían nada. Contigo es al revés: pides tanto que hasta me quita las ganas de regalarte algo.

Miriam bajó la mirada, incómoda. El celular vibró en sus manos y lo desbloqueó, como si buscara escapar en la pantalla.

—Entonces… ¿qué quieres que haga? —preguntó ella con voz baja.

Raúl respiró hondo y habló con calma.

—Solo quiero que me quieras por lo que soy, no por lo que puedo pagar o por lo que pueda darte. Si estás conmigo que sea por mí, de esa manera, yo mismo voy a tener ganas de darte todo lo que pueda, pero si lo conviertes en una lista de pedidos, lo único que lograrás es que me aleje.

Un silencio pesado quedó entre ellos. Afuera, las luces de los postes parpadeaban en la distancia.

Miriam lo miró por un instante, sin palabras. Raúl volvió la vista al frente, encendió el auto y pensó que, tal vez, había llegado la hora de averiguar cuánto valía realmente ese amor.

Los días siguientes fueron una prueba silenciosa. Raúl dejó de responder a las indirectas y se mantuvo firme en lo que había expresado. Miriam, por primera vez, parecía dudar entre insistir o cambiar.

Raúl entendió algo importante: el verdadero valor de una relación no se mide en sushi, regalos o cuentas pagadas, sino en la capacidad de compartir sin condiciones, de dar sin esperar, de recibir sin exigir.

El dinero puede comprar cenas, anillos, pagar tarjetas y viajes; pero nunca podrá comprar respeto ni amor sincero. Y en el fondo, eso era lo que más deseaba Raúl: un cariño que no tuviera precio.

Cuento: El precio del cariño
Escrito por David Misari Torpoco
Setiembre 2025


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