El artículo titulado «El filólogo Emilio
del Río reivindica el latín como una lengua viva y global», precisamente dedicado
al filólogo Emilio del Río ofrece una defensa apasionada y fundamentada del latín
como lengua viva, global y esencial para comprender la cultura occidental.
Frente a la visión extendida de que el latín es una lengua muerta, Del Río
sostiene una tesis contraria: el latín pervive transformado en las lenguas
romances, en el pensamiento, en la ciencia, en la terminología técnica y en la
estructura mental del mundo moderno.
Desde un punto de vista académico, su
discurso no es meramente nostálgico, sino profundamente pedagógico y humanista:
reivindica el latín como herramienta de formación intelectual, ética y
ciudadana.
1. El latín como lengua inmortal y global
Del Río recalca que el latín no ha
desaparecido, sino que ha mutado y evolucionado, al igual que las especies
biológicas que Linneo clasificó con nombres latinos. Cuando afirma que fue «la
primera lengua global», apunta a un hecho histórico: el latín fue el idioma del
Imperio, de la administración, del derecho, de la religión y de la ciencia
durante siglos. Incluso después de su fragmentación en las lenguas romances, el
latín continuó como la lengua franca de la cultura europea hasta bien entrado
el siglo XVIII. Su afirmación de que el 80 % de nuestro vocabulario procede del
latín no solo tiene una dimensión lingüística, sino también cultural y
cognitiva: el pensamiento, la lógica, el derecho, la filosofía y las instituciones
modernas se estructuran aún según moldes latinos. Así, más que una lengua
muerta, el latín es el esqueleto invisible del pensamiento occidental.
2. Educación y ciudadanía: el latín como herramienta de pensamiento crítico
Uno de los aportes más notables del
artículo es la defensa de la enseñanza del latín en la Educación Secundaria y
el Bachillerato. Del Río afirma que «las personas somos lenguaje» y que conocer
el latín nos hace más críticos, más libres y mejores ciudadanos. Desde una
perspectiva educativa, esta afirmación tiene un profundo sentido filosófico:
aprender latín no es solo aprender una lengua antigua, sino aprender a pensar
con precisión, a razonar con rigor y a comprender las raíces del lenguaje y del
pensamiento moderno.
El latín enseña estructura, lógica,
etimología, disciplina mental y, sobre todo, conciencia histórica. En un tiempo
dominado por la inmediatez digital, donde el lenguaje se empobrece, el estudio
del latín es un antídoto contra la superficialidad.
Del Río coincide aquí con autores como Umberto
Eco o Werner Jaeger, quienes afirmaban que la formación humanista es la base de
la verdadera educación. Comprender el latín es comprender nuestra civilización:
sus valores, sus errores y sus logros.
3. Cultura viva y presencia del latín en el mundo moderno
El filólogo demuestra que el latín no está
confinado a los libros escolares, sino que aparece constantemente en la vida
cotidiana: en el cine, la música, la gastronomía, el cómic y la economía. Este
enfoque «popular» que adopta en su libro Latín
Lovers y en su sección radiofónica busca reconciliar al público con el
latín, mostrando que no es una lengua inaccesible o elitista, sino la raíz
común de nuestra comunicación diaria. De esta manera, Del Río moderniza la
enseñanza de las lenguas clásicas, acercándolas a la experiencia cultural
contemporánea. Su método —«ameno y divertido»— es pedagógicamente valioso: enseña
sin imponer, despierta curiosidad sin temor al rigor.
4. Dimensión ética y política del mensaje
En un punto crucial, Del Río recuerda que «idiota»
proviene del griego «idiṓtēs», que designa a quien se ocupa solo de sí mismo y
no de la comunidad (res publica). Con
ello lanza una advertencia: quien ignora su herencia cultural y lingüística se
desconecta del bien común.
El conocimiento del latín no es solo una cuestión académica, sino una forma de
responsabilidad cívica. Entender las raíces de las palabras es entender también
las raíces del pensamiento democrático, jurídico y racional que hemos heredado
de Roma y Grecia.
5. Conclusión
El artículo sobre Emilio del Río pone de
manifiesto que defender el latín es defender el pensamiento mismo. En una época
donde la utilidad inmediata domina los programas educativos, su voz recuerda
que no todo conocimiento valioso es cuantificable o rentable: aprender latín no
sirve para «hacer dinero», sino para entender lo que somos.
Como en la sentencia clásica Non scholae, sed vitae discimus («No
aprendemos para la escuela, sino para la vida»), el estudio del latín forma el
carácter, refina el juicio y cultiva la libertad interior.
En otras palabras, el latín no es una
lengua muerta, sino la lengua de nuestra memoria. Conocerla nos permite hablar mejor, pensar con mayor claridad y comprender
quiénes somos como herederos de una civilización que aún respira en cada
palabra que pronunciamos.
El artículo de Emilio del Río lo puedes leer aquí.
Escrito por David Misari
7 de octubre de 2025
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