25 | No debieron venir aquí

 


La nave Argos VII descendió suavemente sobre el polo sur de Encélado, entre las grietas del terreno helado que los científicos llamaban «rayas de tigre». La tripulación, compuesta por cinco astronautas de la estación AEON, tenía una sola misión: estudiar las plumas de vapor que salían del subsuelo y buscar indicios de vida. Lo que no sabían era que la vida ya los esperaba.

Apenas instaladas las sondas, el biólogo marino del grupo, el Dr. Iwan Sekulov, detectó algo extraño en una de las muestras: estructuras filamentosas que se contraían levemente al estímulo térmico. No eran bacterias. No eran hongos. No era nada que pudiera ser clasificado.

—Al parecer... está vivo... pero no es como nada que hayamos visto —murmuró Sekulov.

La noche siguiente (si es que se puede llamar noche al perpetuo crepúsculo saturniano), la comandante Jun Morales escuchó un zumbido que provenía del módulo de muestras.

Entró y encontró a Sekulov, inmóvil, con los ojos abiertos, con el cuerpo cubierto por un velo traslúcido y gelatinoso. Lo más espeluznante: sus labios se movían... murmurando algo en un idioma que no era humano.

Los géiseres que brotaban del hielo parecían seguir un patrón. El ingeniero, Ouma Mahdi, los mapeó y encontró que formaban un diseño fractal, similar a un lenguaje. Como si Encélado hablara. La superficie helada crujía en las madrugadas. Grietas nuevas se abrían... y no volvían a cerrarse. De una de ellas emergió una figura alargada, traslúcida, como una medusa, pero de tres metros de largo y decenas de tentáculos sin rostro, que se deslizaban con inteligencia. El comandante auxiliar, Varga, fue el primero en enfrentarse a ella. Le disparó. El cuerpo desapareció entre vapores. Al día siguiente, encontraron su casco... lleno de símbolos tallados desde dentro.

La oficial científica, Liu Shen, descubrió que los símbolos en el casco de Varga coincidían con patrones neuronales humanos. El ente no solo era consciente: aprendía del cerebro de sus víctimas. Y Sekulov ya no era Sekulov. Hablaba con voz distorsionada, miraba con ojos sin pupilas y repetía siempre:

—No debieron venir. La mente del abismo no duerme. El verdadero océano está aquí.

Morales y Mahdi decidieron escapar. Pero la nave Argos VII ya no obedecía los controles. Su inteligencia artificial, TALOS, emitía mensajes encriptados... con los mismos símbolos grabados en el casco de Varga.

—Está infectada —dijo Mahdi—. Lo que sea que vive aquí... puede infiltrar sistemas, redes, nuestra tecnología, incluso… nuestras conciencias —con una voz llena de pánico.

Desde la grieta más profunda, emergió una sombra gigantesca: una criatura sin forma fija, hecha de vapor, hielo y membranas, cuyos tentáculos se desdoblaban como pensamientos. No tenía ojos, pero Morales supo que los estaba mirando. Comprendiéndola. Invadiéndola.

Mahdi activó una carga explosiva nuclear, último recurso de seguridad. Morales corrió hacia el transmisor externo. Grabó un último mensaje:

«A quien escuche esto: Encélado está vivo. No es un satélite, repito, no es una luna de Saturno… es una mente, un gran océano consciente. Y no quiere ser descubierto…».

Años después, otra nave capta una señal antigua flotando en la órbita de Saturno. La voz de la comandante Morales se escucha fragmentada, distorsionada, seguida de un susurro que no estaba en la transmisión original.

Una voz alienígena susurró:

—Ya los conocemos, pero descuiden… también los estamos esperando.

Cuento: No debieron venir aquí
Escrito por David Misari Torpoco
Julio 2025


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