La nave Argos
VII descendió suavemente sobre el polo sur de Encélado, entre las grietas
del terreno helado que los científicos llamaban «rayas de tigre». La
tripulación, compuesta por cinco astronautas de la estación AEON, tenía
una sola misión: estudiar las plumas de vapor que salían del subsuelo y buscar
indicios de vida. Lo que no sabían era que la vida ya los esperaba.
Apenas
instaladas las sondas, el biólogo marino del grupo, el Dr. Iwan Sekulov,
detectó algo extraño en una de las muestras: estructuras filamentosas que se
contraían levemente al estímulo térmico. No eran bacterias. No eran hongos. No
era nada que pudiera ser clasificado.
—Al parecer... está
vivo... pero no es como nada que hayamos visto —murmuró Sekulov.
La noche
siguiente (si es que se puede llamar noche al perpetuo crepúsculo saturniano),
la comandante Jun Morales escuchó un zumbido que provenía del módulo de muestras.
—No debieron
venir. La mente del abismo no duerme. El verdadero océano está aquí.
Morales y
Mahdi decidieron escapar. Pero la nave Argos VII ya no obedecía los
controles. Su inteligencia artificial, TALOS, emitía mensajes
encriptados... con los mismos símbolos grabados en el casco de Varga.
—Está
infectada —dijo Mahdi—. Lo que sea que vive aquí... puede infiltrar sistemas,
redes, nuestra tecnología, incluso… nuestras conciencias —con una voz llena de
pánico.
Desde la
grieta más profunda, emergió una sombra gigantesca: una criatura sin forma
fija, hecha de vapor, hielo y membranas, cuyos tentáculos se desdoblaban como
pensamientos. No tenía ojos, pero Morales supo que los estaba mirando. Comprendiéndola.
Invadiéndola.
Mahdi activó
una carga explosiva nuclear, último recurso de seguridad. Morales corrió hacia
el transmisor externo. Grabó un último mensaje:
«A quien
escuche esto: Encélado está vivo. No es un satélite, repito, no es una luna
de Saturno… es una mente, un gran océano consciente. Y no quiere ser
descubierto…».
Años
después, otra nave capta una señal antigua flotando en la órbita de Saturno. La
voz de la comandante Morales se escucha fragmentada, distorsionada, seguida de
un susurro que no estaba en la transmisión original.
Una voz
alienígena susurró:
—Ya los
conocemos, pero descuiden… también los estamos esperando.
Cuento: No debieron venir aquí
Escrito por David Misari Torpoco
Julio 2025
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