24 | Me voy a cuidar a un niño

 


Cada tarde de miércoles, Julia se rociaba el cuello con una colonia infantil. Era un frasco amarillo, con la forma de un Minion sonriendo. Su novio, Hugo, lo había notado la primera vez y le dijo:

—¿Y esa colonia?
—Es para no empalagar al niño. Le gusta este olor —respondía ella, mientras se ajustaba la casaca.
—¿Y siempre los miércoles debes ir a cuidarlo? —preguntaba él, medio distraído.
—Su mamá trabaja de noche. No queda de otra.

Y así, sin levantar sospechas, Julia se marchaba cada semana, pero la verdad era que… no había ningún niño. Solo estaba Edú.

Edú era su amigo, pues se conocieron en la universidad. Por aquel entonces, Julia trabajaba en la fotocopiadora y Edú iba seguido a sacar copias o imprimir materiales de lectura. Sin embargo, Edú era alguien con quien nunca había formalizado nada. Había una tensión entre ellos desde el primer momento en que se vieron: una atracción no resuelta, sin palabras, solo con miradas y silencios largos. Nunca se besaron, nunca se acostaron. Pero cada miércoles, sin falta, hacían algo más retorcido: exploraban los límites del deseo sin cruzar la línea.

Edú la esperaba en su apartamento con una vela encendida, un playlist de Youtube con el nombre The way you love, makes me want to y un par de instrucciones nuevas que había escrito en una libreta. Por su parte, ella llegaba con la colonia de Minion aún fresca en la piel, y dejaba el bolso en su mueble.

—Hoy quiero que te sientes así —decía él, señalando un sillón, con una cuerda ya preparada.
—¿Así de directo?
—Sí, hoy sí.

Edú se acercó más a ella y le quitaba la ropa de manera brusca. Una vez desnuda, él se quitaba la suya. Pese a estar desnudos, no había penetración, solo besos, caricias y roces en sus zonas íntimas. Además, hacían posturas y él le susurraba al oído palabras lujuriosas, mientras besaba su cuello y con sus manos le tocaba los senos. El deseo flotaba como humo espeso, sin consumarse nunca del todo.

A veces Julia pensaba en Hugo. Le venía la imagen fugaz de su sonrisa sincera, su confianza ciega, su forma tierna de creer en todo lo que ella decía. Una vez que Edú eyaculaba sobre el pecho de Julia, se echaba a un costado, ya relajado. Luego de unos minutos, Edú le preguntó:

—¿No te pesa mentirle? —mientras ella se desataba lentamente una muñeca.
—No. Todavía no.
—¿Y si se entera?
—Diré la verdad. Que me fui a cuidar a un niño. Uno grande. Uno que juega a cosas que ni los adultos entienden. Edú sonrió.

Los miércoles se convirtieron en un día secreto. Un paréntesis donde Julia se permitía lo que en su relación no cabía: el deseo sin culpa, el juego sin final, el roce con piel desnuda. Sin embargo, cada vez que regresaba a casa, Hugo la abrazaba.

—¿Cómo está el niño?
—Se quedó dormido. Lo que pasó fue que nos fuimos al parque y jugué con él… sin embargo, le gané en el juego y se cansó. Luego, lo llevé a su casa, entramos a su cuarto y lo recosté sobre su cama. El niño quedó cansado muy cansado.

La mentira era tan perfecta, que casi parecía verdad, porque de cierta manera, sí cuidaba de un niño. Uno escondido en un cuerpo adulto, lleno de curiosidad, juego, límites por explorar y experimentar. Un niño con ojos de deseo y manos que sabían esperar.

Y el frasco de colonia amarilla con la cara de un Minion, cada vez más vacío, era el único testigo de todo.

Cuento: Me voy a cuidar a un niño
Escrito por David Misari Torpoco
Julio 2025


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