Por las mañanas, llevaba una vida bastante tranquila, pues se dedicaba a
corregir y levantar observaciones de algunas tesis que sus clientes (alumnos de
pre y posgrado de la universidad) le habían encomendado para que las subsanara.
Por las tardes estaba algo libre, pero por las noches dictaba cursos y talleres
sobre elaboración de artículos jurídicos y también sobre la aplicación de las
normas APA y Vancouver para trabajos de investigación. Al ser un hombre
soltero, disfrutaba de su tiempo libre.
Todo iba bien, hasta que cierto día, o mejor dicho, cierta madrugada, una de
sus vecinas, que llegaba algo mareada a su casa luego de estar en una fiesta,
vio algo extraño por su ventana. Eran aproximadamente las 3:30 a. m. y divisó
que un tipo vestido completamente de negro, encapuchado y con una máscara
calavérica bajó de un auto negro. Luego, otro hombre salió vestido exactamente
igual, salió y bajó del asiento de adelante. Entre los dos, sacaron de la
maletera unas bolsas negras algo grandes (como bolsas de piñata llenas) y cual
costal al hombro, cargaron estas bolsas hasta la puerta de la casa de Kereth.
Lo curioso fue que luego de dejar las bolsas en la puerta de la casa de Kereth,
estos dos hombres vestidos de negro y con máscaras calavéricas subieron al auto
y se fueron. Grande fue la sorpresa de la vecina al ver que, luego de cinco
minutos, Un hombre vestido de negro y con una de esas máscaras abrió la puerta,
recogió las bolsas negras y las metió a la casa.
Al día siguiente, siendo casi las 2:30 p. m., la vecina divisó por su ventana
que un auto negro se encontraba estacionado en la casa de Kereth y un hombre
bien vestido (con un buen terno) se despidió de él y le entregó un fajo de
billetes, además, se notó muy contento a ese hombre. Kereth recibió el fajo, lo
guardó, se estrecharon la mano y el tipo se dirigió a su auto negro, pero antes
de ingresar y sentarse dijo en voz alta: «¡Estuvo buenazo!». La vecina cerró su
cortina sin entender nada y con la curiosidad encima, empezó a limpiar su casa.
Dos días después, todo parecía estar tranquilo, era viernes por la tarde cuando
la vecina retornaba a su casa. En eso, sintió que alguien la seguía. No era muy
tarde, pues apenas iban a ser las siete. Pese a que en la calle por la que
transitaba había muchas personas, la vecina sintió que alguien estaba siguiendo
sus pasos y caminó más rápido hasta que, al doblar la esquina, se chocó con
Kereth que estaba con su terno, pues él retornaba a su casa luego de dictar
clases. Kereth la notó algo nerviosa y la vecina le contó que al parecer la
estaban siguiendo quizá para robarle, a lo que él, luego de escuchar y notar lo
nerviosa que estaba, le dijo que la acompañaría a su casa, ya que vivían en la
misma recta, a lo que la vecina, un poco dudosa, se lo agradeció y aceptó.
Aunque la vecina sintió algo de temor, mientras caminaban, Kereth le contaba
sobre las clases que dictaba y las tesis que tenía que asesorar, lo cual le dio
algo más de tranquilidad a ella, pues Kereth se mostró siempre respetuoso como todo
un caballero. En eso, mientras Kereth seguía comentándole sobre su trabajo, la
vecina lo interrumpió y le comentó sobre el hombre bien vestido que salió de su
casa por la tarde el otro día, pues le dijo que le parecía sospechoso aquel
tipo. Kereth sonrió y le dijo que no tenía que parecerle sospechoso, pues ese
hombre bien vestido es un catedrático e investigador, además, son amigos y fue
a su casa para ver un partido de fútbol de la Liga de Campeones UEFA, pues se
jugaba una semifinal importante. Al final, apostaron y él le ganó, razón por la
que le pagó un fajo de billete, pues entre profesionales se hacen grandes
apuestas. Le comentó además que él (el catedrático) no es mal perdedor, pues le
gustó mucho el partido y por eso al final, le dijo que el encuentro estuvo
buenazo. La vecina al escuchar esto se sintió más tranquila. En eso, Kereth
sacó su celular para mostrarle unas fotos de ese día viendo el partido, pero
rápidamente recordó algo y mostró un poco de preocupación que se vio reflejado
en su rostro. La vecina al verlo así, le preguntó si le pasaba algo y Kereth le
dijo a la vecina que le hiciese un favor.
Kereth tenía que efectuar un pago a una amiga que le prestó dinero y para eso,
tenía que yapearle cien soles, pero en su Yape no tenía ese monto, solo en
efectivo, así que le pidió a la vecina, por favor, que le haga el yape a su
amiga y que él, en su casa, le devolvería los cien soles en efectivo con diez
soles más de comisión por el favor que le haría, pues con el dinero que le
había ganado de la apuesta del partido de la Liga de Campeones al catedrático,
solo tenía efectivo. La vecina no vio mal hacerle ese favor y así lo hizo.
Kereth le agradeció bastante.
Ya muy cerca de la casa de la vecina, Kereth le dice que por favor, antes de ir
a su casa, se detengan un momento en la casa de él para que le devuelva los
ciento y diez soles más en efectivo. La vecina aceptó y fueron para la casa de
Kereth. Una vez que llegaron, Román, el primo de Kereth, abrió la puerta y le
dijo por favor que ingresara. La vecina le dijo que no era necesario, pues
ella, se quedaría en la puerta mientras esperaba a que Kereth sacase el dinero.
Kereth miró a Román y le dijo que no habría problema, que estaba bien. Román se
metió. Luego, mirando a la vecina, le dijo que lo espere unos cinco minutos
mientras sube a su cuarto para quitarse el saco y luego a sacar el dinero. Kereth
juntó la puerta de su casa (no la cerró), la vecina dio media vuelta y divisó
para su casa, pero de pronto, un hombre le pone la mano en la boca
(tapándosela) y la hace ingresar a la casa de Kereth. La vecina nada pudo
hacer, porque este hombre tenía en la mano un pañuelo con una sustancia que
rápidamente la dejó inconsciente.
Tras despertar, la vecina se encontraba en una pequeña habitación oscura con
olor a sangre y carne descompuesta. Se encontraba de pie y desnuda, pero
encadenada a una pared que estaba con cucarachas y arañas caminando. Lamentablemente,
no podía hablar ni gritar porque tenía la boca tapada con una mordaza. Sin
embargo, la vecina escuchaba que alguien estaba hablando cerca de esa
habitación y decía: «No olvidemos que existen dos maneras de citar con las
normas APA, pues tenemos las citas directas y las citas indirectas, una es una
cita literal y la otra tiene que ser parafraseada, puesto que...». De pronto,
dos hombres ingresaron a ese pequeño cuarto asqueroso y la vecina se asustó más
al ver que estaban vestidos de negro con capuchas y máscaras calavéricas. Uno
de ellos la miró y le dijo: «Tranquila, aún no morirás, pero tendrás que
esperar unos diez a quince minutos a que nuestro amo termine con su clase por
Zoom, ya que detesta ser interrumpido». El otro hombre vestido exactamente
igual que el otro sujeto le dijo: «¿Crees que esta tipa esté buena?» y el otro
sujeto respondió: «No lo sé, el hecho que esté un poco gordita y tenga más
carne, no significa necesariamente que esté buena, solo recuerda a la enfermera
de la vez pasada, no pasó nada con su carne». Tras oír esto, la vecina se
asustó aún más y trataba de moverse desesperada intentando gritar, pero uno de
los tipos le dijo que de nada sirve hacer tanto escándalo, porque aquí nadie
podrá escucharla y nadie vendrá por ella.
Al poco tiempo, ingresó un tercer hombre vestido igual que los otros dos. En
eso, los dos sujetos que estaban ahí dentro, se pusieron a su costado y le entregaron
una pequeña caja con algunos cuchillos muy afilados. Este tercer hombre se
acercó a la vecina, la miró bien y contempló su cuerpo desnudo por un momento, luego,
la tomó del rostro y se quitó la máscara de calavera. Era Kereth, quien ahora
poseía una mirada de psicópata y un tic en la ceja derecha. Entonces, abrió bien
grande sus ojos y le dijo:
—No debiste ser curiosa ni ver mis negocios oscuros, vecinita. Tu primer error
fue ver que mis lacayos me dejaron el cuerpo que asesinamos y tu segundo error
fue ver por tu maldita ventana cuando mi cliente me pagó por la carne que
consumió aquí en mi dulce morada. Por otra parte, tu corazón late muy rápido y
mírate, estás tan asustada que hasta te orinas de miedo. ¡Tranquila! Ya que tu
corazón late muy rápido, déjame decirte que el sabor de un corazón humano
cocinado es igualito al sabor de un hígado de pollo. Solo espero que tu
asquerosa carne sepa bien para el exquisito paladar de mi próximo cliente,
porque me daría pena asesinar otro cuerpo asqueroso al cual deba enterrar lejos
de aquí, porque ni siquiera serviría de menú a los perros de la calle. ¡Más te
vale estar buena, maldita perra chismosa! —dijo esto, mientras presionaba
fuertemente el cuello de la pobre mujer.
0 Comentarios