20 | Las mejores cosas se hacen en silencio

 


Kereth Caro era un profesional exitoso y con una trayectoria académica bastante buena. Si bien, era abogado, trabajaba como asesor de tesis de manera independiente. Había publicado varios artículos indexados en revistas jurídicas y también algunos libros sobre metodología de la investigación en el derecho.

Por las mañanas, llevaba una vida bastante tranquila, pues se dedicaba a corregir y levantar observaciones de algunas tesis que sus clientes (alumnos de pre y posgrado de la universidad) le habían encomendado para que las subsanara. Por las tardes estaba algo libre, pero por las noches dictaba cursos y talleres sobre elaboración de artículos jurídicos y también sobre la aplicación de las normas APA y Vancouver para trabajos de investigación. Al ser un hombre soltero, disfrutaba de su tiempo libre.

Todo iba bien, hasta que cierto día, o mejor dicho, cierta madrugada, una de sus vecinas, que llegaba algo mareada a su casa luego de estar en una fiesta, vio algo extraño por su ventana. Eran aproximadamente las 3:30 a. m. y divisó que un tipo vestido completamente de negro, encapuchado y con una máscara calavérica bajó de un auto negro. Luego, otro hombre salió vestido exactamente igual, salió y bajó del asiento de adelante. Entre los dos, sacaron de la maletera unas bolsas negras algo grandes (como bolsas de piñata llenas) y cual costal al hombro, cargaron estas bolsas hasta la puerta de la casa de Kereth. Lo curioso fue que luego de dejar las bolsas en la puerta de la casa de Kereth, estos dos hombres vestidos de negro y con máscaras calavéricas subieron al auto y se fueron. Grande fue la sorpresa de la vecina al ver que, luego de cinco minutos, Un hombre vestido de negro y con una de esas máscaras abrió la puerta, recogió las bolsas negras y las metió a la casa.

Al día siguiente, siendo casi las 2:30 p. m., la vecina divisó por su ventana que un auto negro se encontraba estacionado en la casa de Kereth y un hombre bien vestido (con un buen terno) se despidió de él y le entregó un fajo de billetes, además, se notó muy contento a ese hombre. Kereth recibió el fajo, lo guardó, se estrecharon la mano y el tipo se dirigió a su auto negro, pero antes de ingresar y sentarse dijo en voz alta: «¡Estuvo buenazo!». La vecina cerró su cortina sin entender nada y con la curiosidad encima, empezó a limpiar su casa.

Dos días después, todo parecía estar tranquilo, era viernes por la tarde cuando la vecina retornaba a su casa. En eso, sintió que alguien la seguía. No era muy tarde, pues apenas iban a ser las siete. Pese a que en la calle por la que transitaba había muchas personas, la vecina sintió que alguien estaba siguiendo sus pasos y caminó más rápido hasta que, al doblar la esquina, se chocó con Kereth que estaba con su terno, pues él retornaba a su casa luego de dictar clases. Kereth la notó algo nerviosa y la vecina le contó que al parecer la estaban siguiendo quizá para robarle, a lo que él, luego de escuchar y notar lo nerviosa que estaba, le dijo que la acompañaría a su casa, ya que vivían en la misma recta, a lo que la vecina, un poco dudosa, se lo agradeció y aceptó. Aunque la vecina sintió algo de temor, mientras caminaban, Kereth le contaba sobre las clases que dictaba y las tesis que tenía que asesorar, lo cual le dio algo más de tranquilidad a ella, pues Kereth se mostró siempre respetuoso como todo un caballero. En eso, mientras Kereth seguía comentándole sobre su trabajo, la vecina lo interrumpió y le comentó sobre el hombre bien vestido que salió de su casa por la tarde el otro día, pues le dijo que le parecía sospechoso aquel tipo. Kereth sonrió y le dijo que no tenía que parecerle sospechoso, pues ese hombre bien vestido es un catedrático e investigador, además, son amigos y fue a su casa para ver un partido de fútbol de la Liga de Campeones UEFA, pues se jugaba una semifinal importante. Al final, apostaron y él le ganó, razón por la que le pagó un fajo de billete, pues entre profesionales se hacen grandes apuestas. Le comentó además que él (el catedrático) no es mal perdedor, pues le gustó mucho el partido y por eso al final, le dijo que el encuentro estuvo buenazo. La vecina al escuchar esto se sintió más tranquila. En eso, Kereth sacó su celular para mostrarle unas fotos de ese día viendo el partido, pero rápidamente recordó algo y mostró un poco de preocupación que se vio reflejado en su rostro. La vecina al verlo así, le preguntó si le pasaba algo y Kereth le dijo a la vecina que le hiciese un favor.

Kereth tenía que efectuar un pago a una amiga que le prestó dinero y para eso, tenía que yapearle cien soles, pero en su Yape no tenía ese monto, solo en efectivo, así que le pidió a la vecina, por favor, que le haga el yape a su amiga y que él, en su casa, le devolvería los cien soles en efectivo con diez soles más de comisión por el favor que le haría, pues con el dinero que le había ganado de la apuesta del partido de la Liga de Campeones al catedrático, solo tenía efectivo. La vecina no vio mal hacerle ese favor y así lo hizo. Kereth le agradeció bastante.

Ya muy cerca de la casa de la vecina, Kereth le dice que por favor, antes de ir a su casa, se detengan un momento en la casa de él para que le devuelva los ciento y diez soles más en efectivo. La vecina aceptó y fueron para la casa de Kereth. Una vez que llegaron, Román, el primo de Kereth, abrió la puerta y le dijo por favor que ingresara. La vecina le dijo que no era necesario, pues ella, se quedaría en la puerta mientras esperaba a que Kereth sacase el dinero. Kereth miró a Román y le dijo que no habría problema, que estaba bien. Román se metió. Luego, mirando a la vecina, le dijo que lo espere unos cinco minutos mientras sube a su cuarto para quitarse el saco y luego a sacar el dinero. Kereth juntó la puerta de su casa (no la cerró), la vecina dio media vuelta y divisó para su casa, pero de pronto, un hombre le pone la mano en la boca (tapándosela) y la hace ingresar a la casa de Kereth. La vecina nada pudo hacer, porque este hombre tenía en la mano un pañuelo con una sustancia que rápidamente la dejó inconsciente.

Tras despertar, la vecina se encontraba en una pequeña habitación oscura con olor a sangre y carne descompuesta. Se encontraba de pie y desnuda, pero encadenada a una pared que estaba con cucarachas y arañas caminando. Lamentablemente, no podía hablar ni gritar porque tenía la boca tapada con una mordaza. Sin embargo, la vecina escuchaba que alguien estaba hablando cerca de esa habitación y decía: «No olvidemos que existen dos maneras de citar con las normas APA, pues tenemos las citas directas y las citas indirectas, una es una cita literal y la otra tiene que ser parafraseada, puesto que...». De pronto, dos hombres ingresaron a ese pequeño cuarto asqueroso y la vecina se asustó más al ver que estaban vestidos de negro con capuchas y máscaras calavéricas. Uno de ellos la miró y le dijo: «Tranquila, aún no morirás, pero tendrás que esperar unos diez a quince minutos a que nuestro amo termine con su clase por Zoom, ya que detesta ser interrumpido». El otro hombre vestido exactamente igual que el otro sujeto le dijo: «¿Crees que esta tipa esté buena?» y el otro sujeto respondió: «No lo sé, el hecho que esté un poco gordita y tenga más carne, no significa necesariamente que esté buena, solo recuerda a la enfermera de la vez pasada, no pasó nada con su carne». Tras oír esto, la vecina se asustó aún más y trataba de moverse desesperada intentando gritar, pero uno de los tipos le dijo que de nada sirve hacer tanto escándalo, porque aquí nadie podrá escucharla y nadie vendrá por ella.

Al poco tiempo, ingresó un tercer hombre vestido igual que los otros dos. En eso, los dos sujetos que estaban ahí dentro, se pusieron a su costado y le entregaron una pequeña caja con algunos cuchillos muy afilados. Este tercer hombre se acercó a la vecina, la miró bien y contempló su cuerpo desnudo por un momento, luego, la tomó del rostro y se quitó la máscara de calavera. Era Kereth, quien ahora poseía una mirada de psicópata y un tic en la ceja derecha. Entonces, abrió bien grande sus ojos y le dijo:

—No debiste ser curiosa ni ver mis negocios oscuros, vecinita. Tu primer error fue ver que mis lacayos me dejaron el cuerpo que asesinamos y tu segundo error fue ver por tu maldita ventana cuando mi cliente me pagó por la carne que consumió aquí en mi dulce morada. Por otra parte, tu corazón late muy rápido y mírate, estás tan asustada que hasta te orinas de miedo. ¡Tranquila! Ya que tu corazón late muy rápido, déjame decirte que el sabor de un corazón humano cocinado es igualito al sabor de un hígado de pollo. Solo espero que tu asquerosa carne sepa bien para el exquisito paladar de mi próximo cliente, porque me daría pena asesinar otro cuerpo asqueroso al cual deba enterrar lejos de aquí, porque ni siquiera serviría de menú a los perros de la calle. ¡Más te vale estar buena, maldita perra chismosa! —dijo esto, mientras presionaba fuertemente el cuello de la pobre mujer.

En eso, uno de los hombres sintió que su celular vibraba, lo sacó, contestó en voz baja y dijo:

—Kereth, es para ti.
—Si es el cliente, dile que ya tenemos todo listo para mañana.

El hombre enmascarado respondió y dijo lo que Kereth ordenó. En eso, una vez más, Kereth miró nuevamente a la vecina y le dijo:

—Tranquila, descuida, no te quitaré el corazón ahora, pero tampoco la mordaza, no quiero que tus estúpidos gritos se escuchen aquí adentro, pues debes saber que detesto la bulla, así que nosotros tampoco la haremos y sabes ¿por qué? Porque las mejores cosas se hacen en silencio.

Una vez que dijo esto, sacó un cuchillo y empezó a rebanar las piernas de la mujer, poco a poco, luego empezó a cortar partes del cuerpo de la pobre mujer. Mientras hacía eso, los otros dos tipos encapuchados y con las máscaras calavéricas iban colocando las partes de la carne en unos tazones grandes, mientras la vecina sufría unos dolores muy intensos, pues veía como poco a poco la cortaban, pero a medida que se desangraba, se iba debilitando más y más, pues sus ojos se iban cerrando lentamente hasta que murió.

Una vez muerta, Kereth siguió cortando el cuerpo de la vecina, mientras de fondo se escuchaba una canción de un video de YouTube que Kereth había dejado activado luego de terminar de dictar su clase por Zoom. Este video llevaba por título «Classical music that will turn you into a god» y en la imagen del video aparecía una pintura renacentista con la palabra en latín DEUS.

Al día siguiente...

Un catedrático de una reconocida universidad recibe una llamada a las doce del mediodía, vio de quién se trataba, entró a su auto y contestó:

—¡Aló, Kereth!, justo estaba por llamarte, hermano, dime ¿está listo mi menú?
—Claro que sí, doctor, puede venir ipso facto, pues el almuerzo está calientito, tal como le gusta.
—¡Excelente! Voy para allá.
—Listo, aquí lo esperamos.

Kereth, Román y Yako estaban sentados en un amplio sofá, bebiendo botellas de Heineken. Alzaron sus vasos y brindaron con un animado «¡Salud!», sonriendo mientras disfrutaban de un partido de la Liga de Campeones.

Cuento: Las mejores cosas se hacen en silencio
Escrito por David Misari Torpoco
31 de julio de 2023


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