Existen
personas que suelen criticar de manera exacerbada a aquellos que invierten su
dinero en juegos de azar y apuestas. Se escandalizan y los señalan de viles
truhanes o personas ‘vagas’ que no hacen más que derrochar su dinero en tales
juegos. Ahora bien, sabemos que existen personas de todo tipo: hay apostadores
que efectivamente pueden ser ‘vagos’ o hasta estafadores encubiertos. Pero ¿qué
pensarías si te dijera que entre los apostadores también hubo y hay hombres
eruditos, cultos y preparados? ¿Me creerías?
Seguramente, muchas personas pensarán que todas las grandes mentes y los
grandes escritores vivieron dedicados al estudio, a la investigación y a la
escritura. Sin embargo, muchos no se detienen a pensar que, como seres humanos,
también fueron víctimas de un gran torrente y adictivo lúdico como lo son las
apuestas en los juegos. Tanto es así que jamás te imaginaste que pensadores y
escritores a quienes estudiaste durante la escuela secundaria o en la
universidad se dedicaron a echar un par de monedas en las apuestas.
Caso 1: Los filósofos apostadores
Montaigne y Descartes
Muchos piensan que Montaigne y Descartes solo se dedicaron a estudiar filosofía
y a escribir sus obras, cuyos aportes dejaron un gran legado
literario-filosófico para la educación por parte de Montaigne y un aporte
filosófico-científico por parte de Descartes. No en vano, Montaigne creó el
ensayo, cuya manera de redactar continúa hoy vigente. Sin embargo, ¿qué
pensarías si te dijera que Montaigne solía decir que los juegos de apuesta le
enseñaron bastante? ¿Me creerías? Por si no lo sabes, Montaigne promovió a
futuro casas de juego, como la conocida The Montaigne Society (Dallas, Texas,
EE. UU.), que por algo lleva su nombre. El fundador de esta sociedad (James
Leake, 1995) no solo llegó a leer al filósofo francés, sino que rescató un
pensamiento clave de Montaigne que dice: «Hay muchas cosas que no podemos
controlar, pero existen maneras de hacer las paces con ello». Leake, luego de
estudiar la vida de Montaigne, se percató que este filósofo tuvo buenas
experiencias con algunos juegos de apuesta en su época. Para muchos sigue
resultando increíble que Montaigne, reconocido como escritor, filósofo
renacentista y moralista, haya dedicado una pequeña parte de su tiempo libre a
los juegos de apuesta.
Así mismo tenemos a Descartes, considerado como padre de la filosofía moderna,
gran investigador y escritor prolífico con muy buenas relaciones eruditas para
su época. No obstante, pocos conocen que Descartes era un gran apostador y que,
cuando alguien lo criticaba diciendo cosas como «¿será posible que usted,
monsieur Descartes, con toda su sapiencia, se dedique también a las apuestas?»,
Descartes solía responder: «Las grandes mentes son capaces de los mayores
vicios y también de las mayores virtudes». Existen cartas y testimonios
recolectados por biógrafos donde se lee que Descartes tenía ciertas dudas en
cuanto a aportar dinero para formar una familia. Como consecuencia, optó por
invertir en el juego cierta cantidad de dinero de lo que percibía, pues cuando
ganaba (que según cuentan era la mayoría de las veces) incrementaba su
patrimonio. Dedicarse al juego, según sostienen algunos biógrafos suyos,
resultó mejor que haber estudiado leyes. Es aquí donde viene la segunda
anécdota: Descartes, por más que estuvo en el ejército y estudió leyes, no se
dedicó a ejercer esa carrera, sino que destacó en la filosofía. Con todo, por
más que leía a los filósofos del pasado, no abandonó su pasatiempo (los juegos
de apuestas), al cual buscaba aplicar sus conocimientos matemáticos para ganar
sin depender mucho de la suerte. Por último, se sostiene que Descartes amaba
los riesgos en los juegos de apuestas, pues lo hacían sentir vivo, a tal punto
que intentó estudiar, desde una perspectiva científica, la teoría de los
riesgos y las probabilidades en los juegos de apuesta.
Caso 2: Los jugadores adictos:
Dostoyevski y Hemingway
Fiódor M. Dostoyevski tuvo una relación intensa y
destructiva con el juego, en especial con la ruleta. Su afición comenzó en la
década de 1860, cuando viajó por Alemania y frecuentó los casinos de
Baden-Baden. Allí, entre luces y sonidos hipnóticos, el escritor ruso
experimentó la excitación inmediata de ganar y perder sumas considerables en
cuestión de minutos.
Su adicción estuvo marcada
por dos factores: el contexto económico
y el psicológico. En el plano
económico, Dostoyevski cargaba con deudas considerables, resultado de malas
inversiones y de la presión de mantener a su familia. El juego aparecía como
una promesa rápida de solución: con una racha de suerte podía saldar lo que
debía. Pero, inevitablemente, sus pérdidas superaban a sus ganancias, y esto lo
hundía en un círculo vicioso.
En lo psicológico, su tendencia a los extremos, su carácter apasionado y
su vida marcada por el sufrimiento (la condena en Siberia, la epilepsia, las
tensiones políticas) lo predisponían a conductas compulsivas. La ruleta representaba
para él un escenario de fatalidad: una metáfora de la vida donde la libertad y
el azar chocaban sin mediaciones. De hecho, esta experiencia fue la materia
prima de El jugador (1867), novela
escrita a contrarreloj para pagar deudas, donde retrató crudamente el
magnetismo y la autodestrucción que genera la apuesta.
En el caso de Ernest
Hemingway, su afición al riesgo se extendía mucho más allá del juego en sí.
Hemingway fue un hombre que buscaba constantemente la adrenalina: la caza en
África, la pesca en aguas profundas, los toros en España, la guerra como
corresponsal, la bebida como compañía diaria. El juego y las apuestas eran una
prolongación natural de esa personalidad que necesitaba confrontar la vida en
situaciones límite.
Aunque no era un jugador compulsivo en el mismo sentido que Dostoyevski,
sí tenía una pasión por las apuestas
deportivas, especialmente relacionadas con la tauromaquia, las peleas
de gallos y las carreras. Apostar no era para Hemingway tanto un intento de
huir de deudas, sino un ritual de pertenencia al mundo de la intensidad, de lo
masculino y lo viril, de la vida vivida “al filo de la navaja”.
En su obra, esta fascinación por el riesgo aparece reflejada en
personajes que ponen todo en juego —literal y metafóricamente—: desde Santiago
en El viejo y el mar, que desafía la
derrota con una lucha titánica contra la naturaleza, hasta los personajes de Fiesta o Muerte
en la tarde, que se relacionan con el espectáculo taurino como símbolo de
honor, valentía y pérdida.
En ambos casos, el juego o
las apuestas no fueron simples pasatiempos, sino reflejos de personalidades intensas y contradictorias.
Dostoyevski, atrapado por la ruleta, buscaba escapar de la miseria y
confrontar, una y otra vez, la idea de destino y condena. Hemingway, en cambio,
hallaba en la apuesta una extensión de su filosofía vital: vivir con
intensidad, asumir riesgos y demostrar coraje frente a lo incierto.
Lo curioso es que tanto en el escritor ruso como en el estadounidense,
el juego no puede entenderse aislado: es parte de una visión existencial. Para
Dostoyevski, el juego encarnaba la lucha del hombre contra su propia
destrucción; para Hemingway, era un escenario más donde medir la resistencia
humana frente al azar y la muerte.
Escrito por David Misari
Torpoco
13 de diciembre de 2022
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