39 | Grandes pensadores y grandes apostadores

 


Existen personas que suelen criticar de manera exacerbada a aquellos que invierten su dinero en juegos de azar y apuestas. Se escandalizan y los señalan de viles truhanes o personas ‘vagas’ que no hacen más que derrochar su dinero en tales juegos. Ahora bien, sabemos que existen personas de todo tipo: hay apostadores que efectivamente pueden ser ‘vagos’ o hasta estafadores encubiertos. Pero ¿qué pensarías si te dijera que entre los apostadores también hubo y hay hombres eruditos, cultos y preparados? ¿Me creerías?

Seguramente, muchas personas pensarán que todas las grandes mentes y los grandes escritores vivieron dedicados al estudio, a la investigación y a la escritura. Sin embargo, muchos no se detienen a pensar que, como seres humanos, también fueron víctimas de un gran torrente y adictivo lúdico como lo son las apuestas en los juegos. Tanto es así que jamás te imaginaste que pensadores y escritores a quienes estudiaste durante la escuela secundaria o en la universidad se dedicaron a echar un par de monedas en las apuestas.

Caso 1: Los filósofos apostadores Montaigne y Descartes

Muchos piensan que Montaigne y Descartes solo se dedicaron a estudiar filosofía y a escribir sus obras, cuyos aportes dejaron un gran legado literario-filosófico para la educación por parte de Montaigne y un aporte filosófico-científico por parte de Descartes. No en vano, Montaigne creó el ensayo, cuya manera de redactar continúa hoy vigente. Sin embargo, ¿qué pensarías si te dijera que Montaigne solía decir que los juegos de apuesta le enseñaron bastante? ¿Me creerías? Por si no lo sabes, Montaigne promovió a futuro casas de juego, como la conocida The Montaigne Society (Dallas, Texas, EE. UU.), que por algo lleva su nombre. El fundador de esta sociedad (James Leake, 1995) no solo llegó a leer al filósofo francés, sino que rescató un pensamiento clave de Montaigne que dice: «Hay muchas cosas que no podemos controlar, pero existen maneras de hacer las paces con ello». Leake, luego de estudiar la vida de Montaigne, se percató que este filósofo tuvo buenas experiencias con algunos juegos de apuesta en su época. Para muchos sigue resultando increíble que Montaigne, reconocido como escritor, filósofo renacentista y moralista, haya dedicado una pequeña parte de su tiempo libre a los juegos de apuesta.

Así mismo tenemos a Descartes, considerado como padre de la filosofía moderna, gran investigador y escritor prolífico con muy buenas relaciones eruditas para su época. No obstante, pocos conocen que Descartes era un gran apostador y que, cuando alguien lo criticaba diciendo cosas como «¿será posible que usted, monsieur Descartes, con toda su sapiencia, se dedique también a las apuestas?», Descartes solía responder: «Las grandes mentes son capaces de los mayores vicios y también de las mayores virtudes». Existen cartas y testimonios recolectados por biógrafos donde se lee que Descartes tenía ciertas dudas en cuanto a aportar dinero para formar una familia. Como consecuencia, optó por invertir en el juego cierta cantidad de dinero de lo que percibía, pues cuando ganaba (que según cuentan era la mayoría de las veces) incrementaba su patrimonio. Dedicarse al juego, según sostienen algunos biógrafos suyos, resultó mejor que haber estudiado leyes. Es aquí donde viene la segunda anécdota: Descartes, por más que estuvo en el ejército y estudió leyes, no se dedicó a ejercer esa carrera, sino que destacó en la filosofía. Con todo, por más que leía a los filósofos del pasado, no abandonó su pasatiempo (los juegos de apuestas), al cual buscaba aplicar sus conocimientos matemáticos para ganar sin depender mucho de la suerte. Por último, se sostiene que Descartes amaba los riesgos en los juegos de apuestas, pues lo hacían sentir vivo, a tal punto que intentó estudiar, desde una perspectiva científica, la teoría de los riesgos y las probabilidades en los juegos de apuesta.

Caso 2: Los jugadores adictos: Dostoyevski y Hemingway

Fiódor M. Dostoyevski tuvo una relación intensa y destructiva con el juego, en especial con la ruleta. Su afición comenzó en la década de 1860, cuando viajó por Alemania y frecuentó los casinos de Baden-Baden. Allí, entre luces y sonidos hipnóticos, el escritor ruso experimentó la excitación inmediata de ganar y perder sumas considerables en cuestión de minutos.

Su adicción estuvo marcada por dos factores: el contexto económico y el psicológico. En el plano económico, Dostoyevski cargaba con deudas considerables, resultado de malas inversiones y de la presión de mantener a su familia. El juego aparecía como una promesa rápida de solución: con una racha de suerte podía saldar lo que debía. Pero, inevitablemente, sus pérdidas superaban a sus ganancias, y esto lo hundía en un círculo vicioso.

En lo psicológico, su tendencia a los extremos, su carácter apasionado y su vida marcada por el sufrimiento (la condena en Siberia, la epilepsia, las tensiones políticas) lo predisponían a conductas compulsivas. La ruleta representaba para él un escenario de fatalidad: una metáfora de la vida donde la libertad y el azar chocaban sin mediaciones. De hecho, esta experiencia fue la materia prima de El jugador (1867), novela escrita a contrarreloj para pagar deudas, donde retrató crudamente el magnetismo y la autodestrucción que genera la apuesta.

En el caso de Ernest Hemingway, su afición al riesgo se extendía mucho más allá del juego en sí. Hemingway fue un hombre que buscaba constantemente la adrenalina: la caza en África, la pesca en aguas profundas, los toros en España, la guerra como corresponsal, la bebida como compañía diaria. El juego y las apuestas eran una prolongación natural de esa personalidad que necesitaba confrontar la vida en situaciones límite.

Aunque no era un jugador compulsivo en el mismo sentido que Dostoyevski, sí tenía una pasión por las apuestas deportivas, especialmente relacionadas con la tauromaquia, las peleas de gallos y las carreras. Apostar no era para Hemingway tanto un intento de huir de deudas, sino un ritual de pertenencia al mundo de la intensidad, de lo masculino y lo viril, de la vida vivida “al filo de la navaja”.

En su obra, esta fascinación por el riesgo aparece reflejada en personajes que ponen todo en juego —literal y metafóricamente—: desde Santiago en El viejo y el mar, que desafía la derrota con una lucha titánica contra la naturaleza, hasta los personajes de Fiesta o Muerte en la tarde, que se relacionan con el espectáculo taurino como símbolo de honor, valentía y pérdida.

En ambos casos, el juego o las apuestas no fueron simples pasatiempos, sino reflejos de personalidades intensas y contradictorias. Dostoyevski, atrapado por la ruleta, buscaba escapar de la miseria y confrontar, una y otra vez, la idea de destino y condena. Hemingway, en cambio, hallaba en la apuesta una extensión de su filosofía vital: vivir con intensidad, asumir riesgos y demostrar coraje frente a lo incierto.

Lo curioso es que tanto en el escritor ruso como en el estadounidense, el juego no puede entenderse aislado: es parte de una visión existencial. Para Dostoyevski, el juego encarnaba la lucha del hombre contra su propia destrucción; para Hemingway, era un escenario más donde medir la resistencia humana frente al azar y la muerte.

Escrito por David Misari Torpoco
13 de diciembre de 2022


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