26 | Cuando el tiempo es un adiós

 


Karen y Gian Paul vivían un romance que parecía tejido con hilos de luz. Desde que se conocieron, todo había sido sencillo y limpio: las risas fluían sin esfuerzo, las conversaciones se alargaban hasta que el sueño les vencía, y cada cita, mejor dicho, cada encuentro tenía ese aire de magia que no se puede inventar. No había juegos, ni mentiras, ni máscaras. Solo ellos, y la certeza de que esa especie de romance era un romance del bueno.

Karen adoraba salir con él, pues se emocionaba cada vez que él le decía que llegaría a su ciudad para verla. Una vez que se encontraban, bastaba que Gian Paul la mirara para que sintiera que estaba en el lugar correcto, con la persona correcta. Caminaban por calles tranquilas, compartían cafés, salían al parque por las noches y parecían coleccionar momentos como si fueran flores frescas en un jarrón.

Sin embargo, tal como lo dijo el poeta griego Homero: «Cuando los dioses ven tanta felicidad, entonces no lo toleran y desde los cielos envían la desdicha para que lo hermoso entre dos mortales, se acabe». Fue así que un día, esa armonía se quebró. No hubo traiciones, ni terceros, ni secretos oscuros. Fue algo más silencioso y más dañino: palabras que salieron de la boca de Karen con una fuerza y una crudeza que ella no midió. En un instante de enojo, dijo cosas que perforaron algo muy profundo en él. Quizá creyó que después podría explicarse, pedir disculpas, y que todo volvería a ser igual, pero no. Una vez pronunciadas las palabras, ya las cosas no vuelven a ser las mismas, nunca.

Gian Paul escuchó, guardó silencio, y esa noche no discutió. Solo se marchó antes de tiempo. Los días siguientes fueron un mar de mensajes que él respondía con frases cortas y distantes. Karen empezó a entender que algo se estaba rompiendo.

Cuando por fin accedió a verla, se encontraron en un café que solían visitar. Karen llegó con una mezcla de esperanza y miedo, mientras él ya la esperaba, con una taza de café que apenas tocaba.

—Gracias por aceptar verme… necesitaba hablar contigo —dijo Karen, intentando encontrar su mirada.
—Yo también… aunque sé que no será fácil —respondió él, con voz serena.
—Lo que te dije… no lo pensé. Estaba molesta, y dije cosas que jamás debí decir. Me arrepiento.
—El problema es que las palabras no se pueden desdecir —dijo Gian Paul, con un leve suspiro—. No fue solo lo que dijiste, fue cómo lo dijiste… y lo que eso me hizo sentir. Me has decepcionado, esperaba eso de cualquier otra persona, pero menos de ti.
—Pero… yo te quiero, y quiero arreglarlo —dijo ella con lágrimas entre los ojos.
—Te creo. Pero ahora mismo siento que lo mejor es darnos un tiempo.
—¿Un tiempo…? —repitió Karen, con un nudo en la garganta.
—Sí… para pensar, para reflexionar y para sanar. A veces, cuando algo se rompe, lo más honesto es aceptar que quizá no vuelva a ser como antes.
—¿Eso significa que ya no quieres volver?

En ese momento, él quedó en silencio y bajó la mirada. Luego de unos breves segundos respondió:

—Significa que necesito alejarme… y que tal vez lo mejor para los dos sea seguir caminos distintos.
—Entiendo… pero en verdad, yo te quiero, no quiero perderte, por favor, entiende que esto me duele.
—A mí también me duele y mucho, pero es mejor así. Ya te lo dije, démonos un tiempo.

No hubo más palabras. Karen sintió que el mundo alrededor se volvía un ruido lejano: el murmullo de otras conversaciones, el tintinear de las cucharas, la puerta que se abría y se cerraba. Gian Paul se levantó, le dedicó una última mirada —esa mirada que antes significaba un «te quiero»— y se fue.

Ella se puso de pie y se fue a sentarse en el parque donde antes solían conversar, reír y besarse las noches en las que se veían. Karen quedaba muy triste, se sentía vacía y sola, mientras observaba a otras parejas que disfrutaban de la noche. Karen sabía que «darse un tiempo» era, en realidad, un adiós disfrazado. Y supo, también, que a veces lo más doloroso no es perder a alguien, sino haberlo alejado con las propias palabras.

Esa noche fue la peor noche que Karen vivió en su cuarto, mientras lloraba y revisaba los mensajes y escuchaba los audios que antes se enviaba con Gian Paul. Se echó a su cama muy triste y siguió llorando.

Al día siguiente las noticias informaron que una joven de aproximadamente unos treinta años fue encontrada muerta en su habitación, pues había bebido veneno para ratas. Al lado de su cuerpo, los policías encontraron una nota que decía: «Malogré lo lindo que proyectaba contigo, pero sin ti, no vale la pena esta vida. Te amo Gian Paul, espero que algún día me perdones».

Cuento: Cuando el tiempo es un adiós
Escrito por David Misari Torpoco
Agosto 2025


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