Matilde
era una mujer soltera de cuarenta y cinco años de edad. Luego de vivir seis
meses en el distrito de San Martín de Porres decide mudarse a una pequeña casa
en el distrito de Carabayllo. Desde que llegó y se instaló, se mostró amable y
atenta con los vecinos, pues no era una mujer problemática, más bien
acostumbraba a llevar una vida tranquila. Todas las mañanas salía a barrer a
las afueras de su casa con una vieja escoba de madera. En casa, Matilde tenía
un pequeño acompañante, Félix, su gato.
Pese
a ser una mujer soltera era muy guapa. Lo poco que los vecinos averiguaron
sobre ella, era que Matilde, en los años de su juventud, había sido actriz de
teatro y profesora de ballet. Actualmente, ya no trabajaba, pero percibía una
mensualidad gracias a los alquileres de dos departamentos que arrendaba. Además,
contaba con ciertos ahorros guardados en el banco. De esta manera,
económicamente, contaba con lo necesario para vivir tranquila.
Cierto
día, un vecino que tenía una bodega en la recta de su cuadra, se fijó en ella y
empezó a hablarle cuando ella iba a la bodega a comprar algún producto. A
Matilde le agradaba un poco el vecino y al poco tiempo se hicieron buenos
amigos.
Un
día, el vecino fue a casa de Matilde para visitarla. Ella, muy atenta, le abrió
la puerta y lo dejó ingresar. Una vez dentro, ella le hizo pasar a la sala y lo
invitó a tomar asiento. Entonces empezaron a conversar.
—Vecina,
cuénteme ¿cómo así se animó a mudarse por aquí? —preguntó el vecino.
—Verá,
don Javier, ya estaba algo cansada de vivir en San Martín, pues había mucha
bulla por las noches y no podía concentrarme en mis lecturas.
—¡Oh!,
así que aparte de haber sido profesora de ballet, ¿también le gusta leer?
—Claro
que sí, como puede ver, en estos estantes tengo mis más preciados libros, que
quizá no sean muchos, pero son mis leales compañeros.
—Mmm…
ya veo ¿y sobre qué temas le gusta leer?
—Me
encanta la literatura rusa, pero últimamente he adquirido algunos libros sobre
literatura medieval, aunque me resulta algo difícil encontrar algunos libros
cuando voy al centro de Lima.
—¿Literatura
medieval?, ¡Vaya! La verdad es que yo no soy tan lector que digamos, porque me
dedico más a mi trabajo, pues como bien sabe, tengo una bodega y ese negocio me
genera ciertos ingresos con los que, se puede decir, vivo tranquilo. Sin
embargo, quisiera decirle algo, vecina, si me lo permite, claro está.
—Sí,
claro, adelante, ¡dígame!
—Me
gustaría invitarla a cenar la próxima semana, pues cae 31 de octubre y como
bien sabe, es día de la música criolla y bueno… tenía pensado que quizá usted y
yo podamos salir esa noche a…
Justo
cuando don Javier iba a terminar de comentar el lugar a donde irían a cenar esa
noche, en ese preciso momento apareció Félix, el gato de la señorita Matilde,
quien se acercó al vecino y empezó a emitir bufidos, pues, al parecer, el
animal quería atacarlo. Matilde se dio cuenta de eso, se puso de pie, se acercó
a Félix y le dijo: «¡Félix, fuera!, malcriado, ¿no? ¡adentro, vete para el
jardín!». El gato la miró con cólera, también volvió a mirar al vecino, se dio
media vuelta y con la colita levantada se fue. El vecino, algo consternado por
lo ocurrido, exclamó:
—¡Su
gato negro sí que es grande!, ¿desde cuándo lo tiene?
—Sí,
es grande y a veces algo cazurro. Lo tengo conmigo desde hace cinco años, más
bien disculpe que se haya puesto así, lo que pasa es que no está acostumbrado a
ver personas extrañas en casa.
—No
se preocupe, pero no negaré que por un momento pensé que se iba a lanzar contra
mí je, je, je.
—¡No!,
tranquilo, Félix se comporta así algunas veces, pero no ataca. Es mi único
acompañante y lo quiero mucho.
—Entiendo,
vecina, más bien, como le decía, la invito a cenar ese día, ¿qué dice?
—Mmm…
bueno, yo…
—¡Anímese!
Le prometo que me comportaré como todo un caballero.
—Lo
sé, sé que usted es un caballero, pero es que ese día yo…
—No
me diga que don Paco se me adelantó y la invitó a salir.
—¿Don
Paco?, ja, ja, ja, no, para nada, solo que ese día yo… mmm… ¿qué le parece si
mejor ese día hacemos algo?
—¿Qué
cosa, vecina?
—Mejor
usted ese día viene y cenamos aquí en mi casa, de ese modo, usted ya no tendrá
que gastar en invitarme, puesto que yo compro todo y acá preparo alguna cena
que a usted le guste, ¿qué dice?
—¡Me
parece estupendo, vecina!, pues para serle sincero, lo que yo quería era disfrutar
de su compañía, pero si usted pondrá la casa, al menos déjeme poner los
productos de mi bodega para que usted cocine, ¿de acuerdo?
—¡Me
parece magnífico! Entonces nos vemos la otra semana, el 31 por la noche aquí,
¿cierto?
—¡Así
será!
Luego
de acordar para ese día, ambos se despidieron. El vecino salió muy contento de
la casa de Matilde, porque sentía que iba ganando puntos para conquistarla. Por
su parte, Matilde, aquella noche, se quedó pensativa en la cena que tendría con
don Javier el día 31. Se sentó en su sofá, llamó a Félix y este apareció
rápidamente, saltó y se sentó sobre sus piernas. Matilde acariciaba a Félix y
le contaba lo que conversó con el vecino a lo que el gato negro la escuchaba
atentamente.
31 de octubre
Matilde,
como todas las mañanas, salió a barrer a las afueras de su casa. De pronto,
llega el vecino con dos bolsas llenas de productos comestibles y dice:
—¡Vecina,
buenos días! Aquí le traigo las bolsas para la noche, je, je, je.
—¡Gracias,
vecino! Usted siempre tan caballero, más bien, dígame ¿cuánto sería? Y por
favor, incluya el costo del delivery
también.
—¡No
vecina!, faltaba más, recuerde que habíamos quedado en que yo pondría los
productos de mi bodega y usted solo lo cocinaría.
—¡Ay,
vecino!, está bien, le tomaré la palabra entonces. Démelas con cuidado para ir
guardándolo adentro.
—Claro
que sí, tome.
Matilde
dejó la escoba a un costado y tomó las bolsas para llevárselas hacia la cocina.
El vecino, mientras la esperaba, se quedó observando la escoba y notó algo
peculiar. El palo de madera de la escoba parecía algo antiguo y las cerdas eran
de una especie de paja gruesa. Se acercó más y tomó la escoba para verla mejor.
De pronto, don Javier sintió que el palo de madera tembló un poco y rápidamente
lo soltó. Matilde acababa de salir y presenció el momento preciso en que el
vecino soltó la escoba y esta cayó. Matilde se acercó rápidamente y dijo:
—¡Qué
ha hecho, vecino! No debió haber soltado así a la escoba.
—¡Discúlpeme,
vecina!, lo que pasa es que sentí que la escoba se movió o tembló un poco en mi
mano y por eso la solté.
Matilde
recogió la escoba y dijo:
—Esta
escoba es un regalo muy pero muy preciado para mí. Fue mi abuela la que me la
regaló cuando yo era adolescente y por eso la cuido mucho, pues habrá notado
que es una escoba de buena calidad y no permito jamás que se me caiga.
—Lo
siento, vecina, yo no sabía que significaba tanto para usted, yo solo quise…
—¡Ya,
ya, déjelo ahí, vecino! No se preocupe, más bien, cambiando de tema, nos vemos
por la noche, ¿cierto?
—¿Eh?
¡Ah, claro que sí! Estaré puntual aquí, pero igual reitero mis disculpas
nuevamente por lo sucedido.
Ambos
sonrieron y se despidieron con un beso en la mejilla. Sin embargo, desde una
ventana de la casa, Félix, el gato observaba todo lo que ocurría afuera. Nada
escapaba a la atenta mirada del felino, pues mientras este observaba lo que
acontecía, movía la cola.
Llegó
la noche y el vecino, muy contento, llevó un ramo de flores y una caja de
chocolates Ferrero Rocher como un detalle para la dama. Una vez que llegó a su
casa, se extrañó al ver que la fachada de la casa de Matilde estaba decorada
con calabazas de plástico colgantes, telas de arañas y figuras de papel con
caras de fantasmas y brujas. Tocó la puerta, Matilde abrió y con una gran sonrisa
lo invitó a pasar. Sin embargo, el vecino quedó impactado por la vestimenta de
Matilde, pues llevaba puesto un vestido negro (parecido al vestido negro de
Morticia de Los locos Adams); no
obstante, se le veía muy guapa con ese atuendo.
El
vecino ingresó y le entregó las flores con la caja de chocolates Ferrero Rocher
a Matilde. Ella se puso muy contenta, pero le dijo que por favor la esperara en
la sala un momento, mientras terminaba de hablar por celular con una amiga. El
vecino se dirigió a la sala y antes de tomar asiento, le llamó la atención una
foto que estaba en uno de los estantes donde Matilde tenía sus libros. Se
acercó cuidadosamente al estante y cogió el pequeño portarretrato. Al verlo, se
sorprendió un poco más, puesto que vio a un hombre vestido con un traje de
color negro y parado en la entrada de una antigua casa. Aprovechando que estaba
ahí, dejó el portarretrato y empezó a leer los lomos de los libros. Se
sorprendió más cuando leyó títulos como Sacrificios
humanos, Noche de brujas, El hombre
lobo, Drácula, Muerte silenciosa, Frankestein o el moderno Prometeo, Pacto con
el diablo, Wicca, Ritual negro con velas, entre otros títulos que llamaron
su atención y en voz baja dijo: «Con que lectura medieval, ¿eh?». De pronto,
Matilde toca el hombro del vecino y le dice:
—Veo
que le ha gustado mi colección de libros de terror, ¿cierto?
—¿Eh?
¡Ah, sí! De hecho, me puse a pensar que luego, usted me podría recomendar
alguna de estas obras para leerla.
—Claro
que sí. Mmm… ¿cenamos?
—Sí,
desde luego.
Sentados
en la mesa disfrutaron de una deliciosa cena y luego pasaron a sentarse en el
sofá para seguir con la velada mientras disfrutaban de una buena botella de
vino. El vecino, no quiso quedarse con la mente llena de preguntas y dijo:
—¿Por
qué el decorativo de su casa tiene cosas de Halloween? ¿Pensé que usted
celebraba lo de la canción criolla?
—Mmm…
bueno, porque hoy también se celebra Halloween, ¿no? —respondió Matilde,
mientras bebía un sorbo de la copa de vino.
—Matilde,
verá, le voy a ser sincero —dijo mirándole a los ojos directamente y prosiguió—
aquí en el barrio dicen que usted es una mujer «algo extraña» y que tiene
intimidad cada mes con un hombre distinto. Yo sé que todo lo que dicen sobre
usted son habladurías de personas que no la conocen, pero se lo digo, porque
soy su amigo, además, también porque estoy enamorado de usted y no me importa
lo que digan o piensen los demás, porque yo sé que usted es una buena mujer. Es
por eso que yo… yo… quisiera que usted sea mi pareja.
Matilde,
sorprendida por lo directo que fue el vecino al decirle todo eso en cuestión de
segundos, se quedó sin palabras. Dejó la copa de vino sobre la pequeña mesa del
centro y dijo:
—Vecino,
por favor, ¿qué cosas dice?
—¡Discúlpeme!,
pero se lo tenía que decir. Es que usted me gusta demasiado desde que la vi por
primera vez cuando ingresó a mi bodega a comprar sal y aceite con ese cabello
largo tan hermoso.
—No
puedo creer que recuerde bien ese día, pero a lo que iba es que, de mí, siempre
hablan cosas. Las personas suelen hablar mucho e incluso dicen cosas feas sobre
mí, pero nada de eso es verdad. No negaré que soy una mujer un poco extraña o
que tengo gustos extravagantes, pero eso es porque no me gusta lo ordinario, lo
común ni la rutina y quizá por eso sigo sola y no he aceptado la propuesta de
ningún varón para que sea mi esposo. Yo sé que la mayoría de los hombres solo
buscan disfrutar del sexo sin compromiso y ya, pero yo no pienso así. Por eso, disculpe
que lo diga, pues, aunque le parezca una mujer chapada a la antigua, no deseo
compartir mi cuerpo con ningún varón.
—¿Ningún
varón?, ¿y qué me dice del hombre del portarretrato?, ¿quién es él? —señaló con
su dedo hacia el estante donde estaba colocado el portarretrato y prosiguió —porque
para usted parece ser muy importante ya que conserva una foto de él, ¿cierto?
—pregunto el vecino de manera celosa y algo exaltado.
—¡Vecino,
cálmese, por favor! No se exalte.
—¡Disculpe,
disculpe!, está bien, me calmaré, creo que son los efectos del vino, pero… aun
así, me gustaría saber, ¿quién es ese hombre?
—Discúlpeme,
pero no se lo puedo decir.
—No
me diga que es algún amante suyo. ¡Lo sabía! ¡Llegué tarde!
—Le
acabo de decir que no comparto ni compartiré mi cuerpo con ningún varón, ¿no me
escuchó?
—En
ese caso, si usted no me tiene confianza y no me quiere decir quién es el
hombre de la foto, entonces, no tiene sentido que yo siga aquí.
El
vecino se puso de pie para pasar dirigirse a la puerta y retirarse, pero en ese
preciso momento, Félix, el gato negro, ingresó a la sala y empezó a emitir
bufidos delante de él, a lo que el vecino, lo miró y dijo:
—¡Gato,
estúpido!¡Largo de acá! —y le lanzó una patada, pero Félix supo evadir el golpe
con agilidad felina y no le cayó.
Matilde,
al presenciar esta escena, se molestó y dijo:
—¡No
le permito que haya intentado pegarle a Félix, eso no se lo permito a nadie!
—introdujo su mano izquierda al escote de su vestido y sacó una pequeña bolsita
de la cual extrajo un polvo hacia la palma de su mano y la sopló hacia la cara
del vecino.
El
rostro del vecino, al sentir el contacto del polvo, empezó a ver que todo daba
vueltas y cayó, pues quedó inconsciente.
Rápidamente,
Matilde se agachó para levantar al vecino y arrastrar el cuerpo desmayado hasta
la parte trasera de su casa. Félix la siguió.
En
la parte trasera, había un pequeño jardín donde Matilde cultivaba algunas
plantas medicinales y algunas flores. Entonces, Matilde procedió a amarrar con
un par de sogas, las manos y pies del vecino, además, le colocó un esparadrapo
en la boca. Una vez que terminó, se puso un sombrero que terminaba en punta,
sacó la vieja escoba con la que barría y colocó el cuerpo del vecino amarrado
sobre las cerdas de paja. Matilde se sentó sobre el palo de la escoba, se
agarró el rostro y se levantó el rostro, pues este era solo una máscara de piel
de un rostro femenino muy hermoso, mostrando así su verdadero aspecto facial
que era el de una anciana mujer con la piel arrugada, una nariz grande y un
cabello largo con canas. Rápidamente se sujetó con la mano derecha, mientras
que con la izquierda tronó los dedos y la escoba empezó a levitar. Entonces,
volteó para ver a Félix y dijo:
—Félix,
cuida la casa por mí, regresaré mañana por la noche, ¿de acuerdo?
Félix
la miró, se puso a dos patas y con una voz muy gruesa, como si se tratara de
una criatura diabólica y ancestral dijo:
—¡No
Matilde! Esta noche… este sacrificio humano es mío.
Cuento escrito por David Misari Torpoco
Este cuento fue escrito el 15 de agosto de 2021
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