—Veamos,
cuando te diga empezamos la grabación, ¿de acuerdo?
—Sí, estaremos listos.
—Mmm… fíjate bien si salimos los dos... creo que debes acercar un poco más la
cámara para este lado. ¿Se nos ve? ¿Salimos bien?... ya, de acuerdo...
empezamos, Juan.
Marissa Díaz, estudiante de Ciencias de la Comunicación la Universidad San Juan
Bautista tenía que presentar un trabajo a su facultad. Este consistía en hacer
una entrevista a un profesor de Filología Clásica. A través de un correo
electrónico, logró contactar con el profesor Manuel de la Puente de la Universidad
San Francisco de Asís. Sin embargo, el profesor De la Puente se encontraba de
viaje y le ofreció las disculpas del caso, no obstante, le comentó que tiene un
colega, un joven profesor, que pese a tener veintisiete años de edad, era uno
de los mejores, y aunque este dejó la cátedra para optar por una vida
solitaria, dedicada a la investigación, a la colección de libros antiguos y a
la lectura de los grandes clásicos, quizá contaba con el tiempo para hacer la
entrevista. Fue así como le pasó los datos de aquel joven profesor. Rápidamente,
Marissa lo contactó y quedaron en encontrarse en el parque Kennedy de
Miraflores.
—Buenas tardes, mi nombre es Marissa Díaz y estoy aquí para entrevistar a...
¡Ay, no! ¡Borra eso! Otra vez, ¿quieres?
—Como digas —dijo el camarógrafo.
—Buenas tardes, mi nombre es Marissa Díaz y soy estudiante de la Universidad San
Juan Bautista. Estamos aquí para entrevistar al profesor Darío Edward Morris,
quien es docente de Latín y Griego Antiguo. El profesor cuenta con un diplomado
sobre las obras poéticas de Virgilio y Ovidio, además, es autor de los libros Tras la sombra de Virgilio y El latín no ha muerto, el muerto eres tú,
donde no solo recalca lo importante que es aprender esta lengua, sino también,
lanza algunas críticas con perfil filosófico sobre la sociedad «caótica» en la
que vivimos debido al modernismo tecnológico. Además, ha redactado varios
artículos sobre los poetas romanos Horacio, Ovidio, Marcial y Catulo, siendo
este último, uno de sus favoritos y también...
—Disculpe Señorita, pero creo que ya basta de tanta presentación, con que solo
diga mi nombre, me basta ¿no lo cree? —dijo Darío.
La señorita Marissa Díaz, quedó un poco sorprendida y miró a su camarógrafo,
Juan Gutierrez, para saber si cortaban eso o no, pero Juan le hizo una seña con
el pulgar arriba, como diciendo «sigue nomás». Ella continuó y dijo:
—Bien, profesor Darío, disculpe por la extensa presentación, pero es que me
parece increíble que a su corta edad, ya tenga varios libros y artículos
publicados. Yo soy menor que usted por tres años y me falta año y medio para
terminar la carrera, pero bueno, no nos salgamos del tema y díganos ¿por qué
decidió estudiar Filología Clásica a sabiendas que en nuestro país no es una
carrera rentable?
—¿Sabe? Algo me decía que esa sería su primera pregunta, y si no fuera por la
cámara que está ahí y su trabajo, le respondería de otro modo, pero trataré de
ser cortés y solo me limitaré a decir que es por VOCACIÓN, el cual procede del
latín vocatio que significa «acción
de llamar». Para mí, fue un «llamado» que sentí en el alma, pues estudiar esta
hermosa carrera sin fines de lucro, se siente muy agradable, algo similar a un
orgasmo. Cuando se lee a las grandes mentes del pasado y todo el bagaje
cultural que impregnaron en sus obras, uno siente una conexión profunda con
ellas. Leerlos en su lengua original, latín y griego, realmente es algo que no
tiene precio.
—¡Wow! Su respuesta fue maravillosa que hasta yo misma quedé sin palabras,
profesor, creo que también siento esa vocación por mi carrera, pues le
comprendo.
—Bien, señorita, qué bueno que sea así ¿alguna otra pregunta?
—¿Eh? ¡Oh, sí! ¿La carrera de Filología Clásica solo lo limita a trabajar como
docente de lengua latina?
—Eso es falso, y con esto, veo que nuestra necrófila sociedad sigue viviendo
rodeada de mitos. Muchos piensan que solo «los vagos» o los «raros» estudiamos
carreras como la de Filología Clásica o Filosofía, para ser «profesorcillos» de
quinta y trabajar en algún colegio de mala muerte o en academias donde nos
paguen de 6 a 12 soles por hora, y no es así. Nosotros vemos al mundo de manera
distinta a las que ellos nos ven. Para mí, el mundo es como un tablero de
ajedrez, solo debes tener en cuenta el momento preciso para mover tu ficha y
hacerle un jaque al trabajo. Uno puede enseñar en un colegio o en alguna
academia, no hay problema en eso, pero estar ahí, no digo que sea algo malo,
solo que significa para mí, estar sometido a reglas, a cuadernos de control, a
seguir ciertos parámetros que la institución te ofrece y eso, no va conmigo.
Pensé que la enseñanza universitaria era más libre, pero me bastó enseñar desde
los 24 años, para saber que también existen ciertas «reglas» y más aún, una
«política universitaria» que tampoco va conmigo, por eso dejé la cátedra
universitaria y opté por una vida libre, la cual me facilita mucho tiempo para
leer y escribir. En cuanto a ser solo «docente de lengua latina» como me lo
dice, lo hago gustoso y de manera particular. Además, la carrera también me ha
mostrado las directrices para dedicarme a trabajos de traducción de textos y
corrección de estilo, pudiendo ejercer todo eso desde la comodidad de mi hogar,
sin molestar a la gente de la gran ciudad y lo más importante aún, que ellos no
me molesten.
—Entiendo, profesor, pues usted lleva una vida sin mucha interacción social,
¿eh? ¿No cree que eso terminará por aislarlo y que la gente lo llegue a ver
como un «loco solitario» o algo así?
—Verá, señorita, la mayoría de los grandes pensadores encontraron en su soledad
a su mejor compañía, ahí tiene el caso de Nietzsche, Mainländer, Anatole
France, Thoreau, el genio de Spinoza, Buda, entre muchos otros. Respecto a que
la gente me vea como un «loco solitario»... ¿qué no decía Erasmo que el mundo
estaba lleno de locos? O incluso, el gran Diógenes dijo: «Cuando estoy rodeado
de locos, me hago al loco». De alguna manera todos estamos algo locos, además,
como escribí en uno de mis libros: «Los locos creen que están cuerdos, pero son
los cuerdos, que muchas veces, son los que creen que se están volviendo locos».
Nunca me importó lo que la gente piense de mí, yo no vivo de los demás, pero me
alegra saber que algunos vivan de mí. Además, al igual que el gran Beethoven,
más que un loco solitario, creo que soy un «lobo solitario», pero no como el
lobo de Plauto, pues no me gusta ser un Lupus est homo homini, sino más bien,
como un lobo feliz y eso me agrada, porque a diferencia de un león, que es el
rey de la selva o un tigre de bengala, un lobo... jamás trabaja para el circo.
—Francamente, no sé qué decir, cada respuesta suya me deja pensando en muchas
cosas, pero debo seguir con esto, profesor, así que dígame ¿por qué decidió
especializarse en el latín? ¿No dicen que es una lengua muerta? Además, no creo
que hoy en día exista mucha gente que quiera aprender latín.
—Cuando me dicen que el latín es una lengua muerta, les digo que los muertos
son ellos, por eso, tengo un libro publicado con ese título. Ahora bien, en
primer lugar, sepa que en la actualidad, cuando las personas buscan estudiar
idiomas, buscan tres cosas: 1. Estudiar algo comercial, algo «actual» y
novedoso de alguna manera, lo cual no digo que esté mal, pero necesitan dinero
o mayores oportunidades laborales, quizá ascender de puesto o recibir una
remuneración mayor en el trabajo donde están y por eso aprenden algún idioma
moderno, más que hacerlo por placer, lo hacen por necesidad. También están los
que estudian los idiomas modernos con fines de viajar al extranjero. 2. Existen
personas que solo buscan estudiar un idioma moderno por la sutil, pero estúpida
«moda», la tan apreciada y hermosa «moda»... por eso se matriculan para
estudiar el idioma moderno. 3. La mayoría o quizá, casi todos, preferirán
estudiar inglés, italiano, francés, alemán, chino mandarín o portugués, porque
son los idiomas que mayor demanda tienen en el mercado laboral, pero ¿latín?,
¿griego antiguo?, ¿hebreo?, ¿árabe clásico? O no yendo lejos ¿quechua? La gente
dice «¡Bah!, ¿para qué?», sin embargo, muchos parecen olvidar que las grandes
mentes conocían esas lenguas y por eso fueron grandes eminencias de la
literatura universal. En mi caso, si de lenguas o idiomas antiguos se trata,
busco aprender lo difícil, porque lo fácil lo aprende cualquiera.
—¡Vaya, profesor! Usted me da un poco de miedo, se le ve tan seguro con sus
respuestas, que ni parpadea al decirlas cuando me mira a los ojos, pero sabe,
me siento motivada, yo también quisiera aprender algo de latín. Más bien, una
última pregunta ¿publicará algún nuevo libro?
—Que tu motivación no solo sea momentánea y una vez terminada esta entrevista,
te olvides de lo que has dicho. Busca siempre investigar las cosas, estudias
comunicación, ¿cierto?, así que ya sabes lo hermoso que es la lectura y trata
de leer más, siempre hay algo más que aprender cada día, y si la vida
«práctica» no te la enseña, los libros lo harán. Hay muchas novelas que
describen y reflejan no solo la realidad en la que vivimos, sino también el
perfil psicológico de las personas que viven dentro de ese contexto. Aprende de
eso y te darás cuenta que muchas veces son más realistas que nuestra propia
existencia. Ya sabes, no importan las banalidades de la vida, lo importante es
enviar y entender el mensaje que la vida te enseña. Por último, para responder
a tu pregunta, me encuentro escribiendo un nuevo libro que hará ver al amor y
al sexo, desde otra perspectiva, quizá asuste a muchos, pero prefiero ser
directo con lo que escribo, digamos que es un libro que trata sobre la lujuria.
—¡Genial, profesor! Muchas gracias por su consejo en verdad, pero dígame ¿para
cuándo tendrá publicada su obra sobre la lujuria?
—Promptus.
—Bien, con esto damos por finalizada la entrevista, mi nombre es Marissa Díaz y
me despido a nombre de Juan Gutierrez, mi camarógrafo, agradeciéndole al
profesor Darío Edward Morris por ofrecernos parte de su tiempo en su recargada
agenda y compartir con nosotros un agradable momento académico. ¡Muchas
gracias!
Cuento: Filólogo
Escrito por David Misari Torpoco
26 de abril de 2016
27 | No lamentes el pasado, no temas el futuro
La enseñanza de Musashi Miyamoto resuena como un eco atemporal en la conciencia humana: « No lamentes lo pasado, no temas lo futuro. Un hombre sabio no se entristece por lo que no tiene, sino que aprovecha lo que sí tiene» . Este pensamiento nos invita a reflexionar sobre una de las trampas más sutiles de la existencia: la obsesión con aquello que escapa de nuestro control. El pasado es un territorio inaccesible, ya clausurado; el futuro, un horizonte todavía en penumbras. Sin embargo, solemos vivir atados a la nostalgia de lo perdido o a la ansiedad de lo que podría venir, mientras dejamos escapar lo único real y tangible: el presente. La sabiduría que propone Musashi no es una renuncia al deseo ni un llamado a la indiferencia, sino un arte de concentración en lo que es, en lo que está a nuestro alcance. No se trata de negar el dolor del pasado ni de ignorar los riesgos del porvenir, sino de evitar que ambos gobiernen nuestra vida. La mirada sabia se posa en lo inmediato, en lo ...
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