14 | La biblioteca de mi hija

 

—No te veo nada bien. Como tu médica y amiga, no puedo mentirte, estás con mucha fiebre y al parecer el dolor te despertó. Prepararé un calmante para inyectártelo, pero dime ¿qué era lo que me querías contar?, pues por WhatsApp me dijiste algo que soñaste hoy, ¿qué era?

—Soñé que tenía una hija de nueve años y era su cumpleaños número diez. En el sueño, le tapé los ojos y le dije: «Tengo un regalo para ti, pero debes caminar despacio hasta que yo quite mis manos de tus ojos» y ella me dijo: «Está bien, papá, pero muero por saber ¿qué es?».

Mientras caminábamos lentamente por la casa, llegamos a una habitación que (yo) había cerrado con llave, puesto que era un secreto. Una vez que abrí la puerta e ingresamos, le dije: «¿Estás preparada para ver tu regalo?» y ella me respondió en latín y con una sonrisa: «in omnia paratus, pater» (estoy preparada para todo, padre), por demás está comentar que a mi hija le había enseñado latín desde los tres años y ya a sus ocho escribía versos en esa lengua, al igual que Grocio y Leibniz que, a esa edad, también escribían en latín.

Una vez que retiré mis manos de sus ojos, ella aún permanecía con los ojos cerrados y le dije: «Open your eyes», mi hija también sabía muy bien el inglés, pues desde los cinco años, su profesor le habían enseñado bien la lengua de Shakespeare. Cuando ella abrió sus ojos vio toda clase de libros colocados y ordenados en los libreros de color blanco. Se alegró muchísimo, se acercó a ellos y los revisó uno a uno. Con lágrimas en los ojos, volteó, corrió hacia mí (pues yo me había quedado en la puerta parado para no incomodar su alegría y contacto con los libros) y me abrazó muy fuerte. Entonces me dijo: «¡Gracias, papito! Siempre he admirado tu gran biblioteca y aprendí mucho de tus libros, pero ahora me alegra saber que tendré una propia y, al igual que tú, también quiero coleccionar libros. ¡Te quiero mucho, papá... eres el mejor!». No negaré que al abrazarla y sentir los cálidos brazos pequeños de mi hija que cumplía los diez años, sentir su felicidad, hizo que derramara (yo) lágrimas, pero de emoción, porque sé que aprovecharía para bien la pequeña biblioteca que durante algunos meses estuve armando para ella en aquel cuarto que mantuve bajo llave y que cuando ella me preguntaba «¡Papá!, ¿por qué siempre te encierras en ese cuarto con libros y no quieres que mamá ni yo entremos?» Yo solía decirle que me encerraba ahí para escribir mis próximos libros y preparar mis futuros materiales para los cursos que enseñaba, para lo cual, requiero de soledad para concentrarme mejor, cuando realmente, construía la biblioteca de mi hija con los mejores libros de la literatura universal, historia, filosofía, mitología, latín y poemas. Luego me desperté y me quedé pensando en ello, Yovana... además, no sé por qué... lloré.

—Sabes que es difícil que alguien despierte en mí algún tipo de sentimentalismo, pero con tu sueño, hiciste que yo también derramara algunas lágrimas. Me gustaría que en algún momento hayas podido vivir ese sueño, pero te queda poco tiempo de vida, pues el cáncer no perdona y está muy avanzado. Lo único que puedo hacer por ti… es seguir aplicándote estos calmantes.

—Yovana, sé que no pasaré de esta semana, pero por favor, guarda en tu correo y guárdalo bien... el video que grabé con las indicaciones de mis bienes, pues si bien, no pude casarme o tener hijos... al menos que mis bienes queden en buenas manos. ¡Oh, maldición, este dolor es terrible que ya ni los calmantes hacen su efecto como debe ser!

—No te preocupes, tus bienes literarios quedarán en buenas manos. Resiste un poco más, el calmante que te inyecté ya hará efecto en diez minutos aproximadamente, pero será mejor que descanses.

—¡Gracias, Yovana! Gracias por todo.

Yovana se quedó con Daniel en su habitación hasta que él cerró los ojos para descansar, mientras el calmante que le inyectó hacía efecto.

Daniel, reconocido por su trayectoria como jurista y su éxito como escritor era un hombre que vivía solo. Nunca se casó ni tuvo hijos, pues siempre solía decir que no necesitaba tener familia para ser feliz. Sin embargo, un día como hoy, tuvo un sueño en el que era padre de una hermosa niña que cumplía los diez años y él le regaló una biblioteca. Fue lo más hermoso que soñó en su vida y lo más cerca de experimentar un anhelo que quizá, en el fondo de su corazón, siempre albergó, pero debido a su soledad y posteriormente a su enfermedad, ya no lo pudo concretar. Sin embargo, debido al cáncer avanzado que padecía, esa misma noche, Daniel falleció.

Cuento: La biblioteca de mi hija
Escrito por David Misari Torpoco
26 de setiembre de 2021


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