—No te veo nada bien. Como tu médica y
amiga, no puedo mentirte, estás con mucha fiebre y al parecer el dolor te
despertó. Prepararé un calmante para inyectártelo, pero dime ¿qué era lo que me
querías contar?, pues por WhatsApp me dijiste algo que soñaste hoy, ¿qué era?
—Soñé que tenía una hija de nueve años y era su cumpleaños número diez. En el
sueño, le tapé los ojos y le dije: «Tengo un regalo para ti, pero debes caminar
despacio hasta que yo quite mis manos de tus ojos» y ella me dijo: «Está bien,
papá, pero muero por saber ¿qué es?».
Mientras caminábamos lentamente por la
casa, llegamos a una habitación que (yo) había cerrado con llave, puesto que
era un secreto. Una vez que abrí la puerta e ingresamos, le dije: «¿Estás
preparada para ver tu regalo?» y ella me respondió en latín y con una sonrisa:
«in omnia paratus, pater» (estoy preparada para todo, padre), por demás está
comentar que a mi hija le había enseñado latín desde los tres años y ya a sus
ocho escribía versos en esa lengua, al igual que Grocio y Leibniz que, a esa
edad, también escribían en latín.
Una vez que retiré mis manos de sus ojos,
ella aún permanecía con los ojos cerrados y le dije: «Open your eyes», mi hija
también sabía muy bien el inglés, pues desde los cinco años, su profesor le
habían enseñado bien la lengua de Shakespeare. Cuando ella abrió sus ojos vio
toda clase de libros colocados y ordenados en los libreros de color blanco. Se
alegró muchísimo, se acercó a ellos y los revisó uno a uno. Con lágrimas en los
ojos, volteó, corrió hacia mí (pues yo me había quedado en la puerta parado
para no incomodar su alegría y contacto con los libros) y me abrazó muy fuerte.
Entonces me dijo: «¡Gracias, papito! Siempre he admirado tu gran biblioteca y
aprendí mucho de tus libros, pero ahora me alegra saber que tendré una propia y,
al igual que tú, también quiero coleccionar libros. ¡Te quiero mucho, papá...
eres el mejor!». No negaré que al abrazarla y sentir los cálidos brazos
pequeños de mi hija que cumplía los diez años, sentir su felicidad, hizo que
derramara (yo) lágrimas, pero de emoción, porque sé que aprovecharía para bien
la pequeña biblioteca que durante algunos meses estuve armando para ella en
aquel cuarto que mantuve bajo llave y que cuando ella me preguntaba «¡Papá!,
¿por qué siempre te encierras en ese cuarto con libros y no quieres que mamá ni
yo entremos?» Yo solía decirle que me encerraba ahí para escribir mis próximos
libros y preparar mis futuros materiales para los cursos que enseñaba, para lo
cual, requiero de soledad para concentrarme mejor, cuando realmente, construía
la biblioteca de mi hija con los mejores libros de la literatura universal,
historia, filosofía, mitología, latín y poemas. Luego me desperté y me quedé
pensando en ello, Yovana... además, no sé por qué... lloré.
—Sabes que es difícil que alguien despierte en mí algún tipo de
sentimentalismo, pero con tu sueño, hiciste que yo también derramara algunas
lágrimas. Me gustaría que en algún momento hayas podido vivir ese sueño, pero
te queda poco tiempo de vida, pues el cáncer no perdona y está muy avanzado. Lo
único que puedo hacer por ti… es seguir aplicándote estos calmantes.
—Yovana, sé que no pasaré de esta semana, pero por favor, guarda en tu correo y
guárdalo bien... el video que grabé con las indicaciones de mis bienes, pues si
bien, no pude casarme o tener hijos... al menos que mis bienes queden en buenas
manos. ¡Oh, maldición, este dolor es terrible que ya ni los calmantes hacen su
efecto como debe ser!
—No te preocupes, tus bienes literarios quedarán en buenas manos. Resiste un
poco más, el calmante que te inyecté ya hará efecto en diez minutos
aproximadamente, pero será mejor que descanses.
—¡Gracias, Yovana! Gracias por todo.
Yovana se quedó con Daniel en su habitación hasta que él cerró los ojos para
descansar, mientras el calmante que le inyectó hacía efecto.
Daniel, reconocido por su trayectoria como jurista y su éxito como escritor era
un hombre que vivía solo. Nunca se casó ni tuvo hijos, pues siempre solía decir
que no necesitaba tener familia para ser feliz. Sin embargo, un día como hoy,
tuvo un sueño en el que era padre de una hermosa niña que cumplía los diez años
y él le regaló una biblioteca. Fue lo más hermoso que soñó en su vida y lo más
cerca de experimentar un anhelo que quizá, en el fondo de su corazón, siempre
albergó, pero debido a su soledad y posteriormente a su enfermedad, ya no lo
pudo concretar. Sin embargo, debido al cáncer avanzado que padecía, esa misma noche,
Daniel falleció.
Cuento: La biblioteca de mi hija
Escrito por David Misari Torpoco
26 de setiembre de 2021
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