
¡Oh hombre moderno, criatura llena de una vil ambición! Pretendes ser admirado por todos sin ganarte auténticamente ese derecho. No te bastan los límites de tu fuerza, ni te bastan tus fracasos; no, también deseas que el cielo se arrodille ante tu debilidad. Porque cuando ves a otro ascender por la montaña que tú temes escalar, no naces para admirar, sino para odiar. Así nace el resentimiento, ese veneno dulce que convierte al débil en juez moral y en un falso opresor.
Quien no puede superar al fuerte, lo encoge con la lengua. Quien no puede superar al mejor, busca minimizarlo. Es por esto que la envidia es la confesión del fracaso convertida en moral, y su escape es el invento de una realidad más soportable. Mirad pues a quien es mejor que tú, pero decís ante los demás: «No es tan bueno como parece», «seguro hizo trampa», «yo también podría, si quisiera»... Estas son las letanías de un espíritu esclavo y pérfido que lleváis por dentro.
El noble, el fuerte, el creador de obras, no necesita recortar la estatura del otro para sentirse alto, pues se mide contra sí mismo, y si reconoce a alguien superior, lo admira, lo estudia, lo desafía, pero con dignidad y prudencia. Pero el débil, el espíritu débil se refugia en la invención: crea ficciones morales, crea mediocridades glorificadas, crea una realidad alterna donde no hay distancias, no hay alturas y a su pequeñez la llama «virtud».
Así mueren los grandes espíritus bajo el peso de las lenguas pequeñas. ¡Y así prospera la mentira! No porque sea bella, sino porque consuela a los que temen mirar la verdad de su propia pequeñez. Para todos esos cazurros que se ponen el disfraz del amigo, pero que en el fondo vuestros corazones son carcomidos por la envidia, os dejo un consejo: procurad pues que vuestras palabras sean dulces como la miel, pues no vaya a ser que llegue el día en que tengáis que tragarlas.
Escrito por
El Escritor Misterioso
13 de julio de 2025
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